Es extraño. Sé que lo es pero lo acepto con naturalidad. Me mira con sus ojos de almendra y sonríe con sus dientes chiquititos.
Es extraño. Lo sé. Porque los chicos no se me acercan nunca y, en realidad, no me gustan. Así y todo, Nana me parece especial.
Creo que se llama Nana, al menos eso le entendí cuando le pregunté su nombre. Y luego me mostró su mano de dedos indóciles para indicarme su edad: dos años.
No sé qué le llamó la atención de mí. Quizá que estuviese leyendo. Puede que no haya visto a alguien leer en un banco de plaza, o sea nomás el vaivén de mi vestido. No importa. Ella me mira como por primera vez y me hace sentir nueva.
Le corto una ramita del árbol con diminutas florcitas rosas que hacen juego con su vestido. Quiero agradecerle que me haya devuelto a Córdoba.
Ella acepta el regalo con esa frescura infantil que se pierde tan pronto y corre a mostrárselo a su madre.
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