Las ciudades de luz, y asfalto, y cemento, las de veredas al sol y árboles escuálidos, las ciudades de viento y hojas, de tierra y veredas maltrechas, no son ciudades- refugio, no son hogar sino selva.
En cambio las ciudades con sombras abultadas en verano y alfombras de hojas en otoño, ciudades que huelen a jazmín o a naranja, donde la frescura es un don que se regala al transeúnte, y los paseos por los parques se acostumbran no sólo los domingos... Ciudades en las que el agua canta y los pájaros arrullan al viento... Ciudades así son hogar para el viajero.
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