Sabía que ese día llegaría. E intentó posponerlo. Inclusive creyó que poner, en manos del azar, su futuro, era una opción. Fue temerario. Arriesgó su vida absurdamente sólo por probarse a sí mismo que debía seguir adelante. Eligió las zonas más peligrosas para establecerse, durmió a la intemperie, comió lo que halló… Pero la muerte no intervino en sus aventuras y desventuras. Quiso creer que eso significaba algo.
Las mañanas sucedieron a las noches, y la inminencia de la decisión lo llevó a sentir que era aún posible continuar con su vida de sobresaltos a medida, de sibarita de los paseos y jardines públicos, una vida cuyos contratiempos le resultaban previsibles. Creyó posible una eternidad sin cambios, de amaneceres idénticos y soles repetidos. Sintió que el mundo podía dejar de empujarlo a ese abismo de incertidumbres que se acercaba, inminente. Sólo la muerte podía… pero no quiso.
Fue así que en una mañana especialmente cálida tomó la decisión de seguir adelante, de dejarse llevar, al fin, por su instinto. Una mañana en la que entendió que había nacido para ese día.
Los preparativos fueron arduos y llevados a cabo meticulosamente. Cuando todo estuvo al fin terminado, cerró por última vez sus ojos de gusano y soñó que volaba.
¿Un gusano o una larva que se transformo en una bella mariposa?
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