Conocía la silueta de esos eucaliptos recortada en el horizonte y ese aroma fresco, mentolado, que el viento le traía. -La próxima tranquera- se dijo, como entre sueños, mientras el ayer y el hoy se borraban y superponían en un confuso juego de máscaras.
¿Cuánto tiempo hacía que no veía esa silueta? ¿Meses? ¿Años? No podía precisarlo. No en ese momento, no mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y la garganta de espinas. Y… la gran pregunta: ¿Qué hallaría al regresar sino silencios, y recuerdos, perífrasis y circunloquios: juegos absurdos, hijos de muchas lunas de rencor o enojo?
La angustia creció. Sintió un nudo en el estómago y le faltó el aire. Logró, casi a tientas, sentarse en la ribera del camino.
Volvió la vista hacia la arboleda, reflexionando acerca del tiempo trascurrido, de las vueltas de la vida y esas cosas, mientras su cabeza notaba ahora, y tras un esfuerzo, las diferencias.
Porque las había.
Se notaba el paso del tiempo en los pastos y arbustos, las huellas de la última tormenta, la cosecha aún inmadura, los árboles ya reverdecidos, un alambrado roto… Un millón de pequeñas cambios cuya extrañeza delataba su larga ausencia.
El tramo final fue casi un sueño. Y la bienvenida se pareció a todas. Un formar parte del cotidiano hacer del campo, un sumarse al río y dejarse llevar por la corriente…
Pero algo fue, en ese momento, evidente: no es y no sería su vida.
Había planeado durante semanas ese regreso. Rodeos, miedos, pretextos, todo había sido superado por una especie de obligación moral, si es que así podía definírsela. No podía dejar de visitarlos, no habiendo pasado tanto tiempo desde la última vez, y sin motivo alguno, menos.
Se había ido del pueblo hacía ya muchos años, buscando avanzar profesionalmente, descubrir nuevos horizontes, hacer crecer su negocio, conocer nuevos lugares. Y lo había logrado, pero seguía frecuentando sus amistades y su gente en un intento vano y contradictorio de permanecer. Y ahora, de frente a su pasado, sincerándose consigo mismo supo, al fin, que no formaba ni formaría parte de ese lugar-río, por más esfuerzo, por más cariño, por más intención que tuviese. Su vida ya no se cruzaría con la de ellos.
Sorbió lentamente el último mate, suave, cálido, amargo... y agradeció. Y en ese gracias se fundieron muchos recuerdos, muchos gracias debidos, susurrados, incluso dichos, pero que merecían volver.
Fue extraño que le alcanzara el mate con los ojos llenos de lágrimas. Quizá ella, al recibirlo, entendió, porque le habló del clima y de la próxima cosecha, como si hubiese un tema para no tratar. Alguien bromeó con el final del campeonato. Pero ya era imposible, para todos, estar así.
Fue extraño que le alcanzara el mate con los ojos llenos de lágrimas. Quizá ella, al recibirlo, entendió, porque le habló del clima y de la próxima cosecha, como si hubiese un tema para no tratar. Alguien bromeó con el final del campeonato. Pero ya era imposible, para todos, estar así.
Se despidió mientras el sol se recostaba en el horizonte. Se despidió con una única certeza: Esa visita sería la última.
(octubre 2012)
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