-No digás nada- me susurró al oído, guardando en el bolsillo del saco el sobre que acababa de abrir junto con la carta que le había leído en voz alta.
-¿Decir? ¿Qué?-Shhhhh.
Y se apartó de mi abrazo llevándose el dedo índice a los labios, la sonrisa fingida y la mirada turbia.
La noticia me había conmovido de sobremanera. Fueron años de esfuerzo los que la habían llevado a ese día, a esa carta, a ese anuncio.
Graduarse siendo el mejor promedio de Bioquímica de ese año no había sido tarea fácil. Incluso yo, oficialmente su grupo de estudio, a penas si había podido obtener un modesto lugar entre los cuarenta mejores. De ahí mi seguridad y alegría cuando supe de la beca.
Pero su reacción me impidió siquiera felicitarla.
Graduarse siendo el mejor promedio de Bioquímica de ese año no había sido tarea fácil. Incluso yo, oficialmente su grupo de estudio, a penas si había podido obtener un modesto lugar entre los cuarenta mejores. De ahí mi seguridad y alegría cuando supe de la beca.
Pero su reacción me impidió siquiera felicitarla.
-¿No es esto lo que querías?- le pregunté, y sonreí, intentando aliviar la tensión que ese trozo de papel había generado entre nosotros.
Su carrera había sido todo para ella. Su éxito, la beca, era fruto del sacrificio diario, de horas de estudio y de trabajo. Había pospuesto todo para obtener ese pasaporte a un futuro mejor para su familia, en especial para su sobrino. Incluso no había querido reducir su horario de trabajo para asegurarse de que el pequeño recibiese todo cuanto necesitaba. No podía entender.
-¿Sabés qué pasa? Quisiera que no fuese real, que en la primavera todo siga como hoy. Si me voy… Son dos años, Lucas, ¡dos años!- y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me desesperé.
- Puedo viajar con vos, conseguir trabajo y…- le aseguré, resuelto, aunque ella no pareció oírme.
Vaya a saber por qué creí que mi propuesta iba a agradarle, iba a tranquilizarla… hacía ya casi quince años que éramos amigos y en el último tiempo, casi sin quererlo, nos comportábamos como novios, pero sólo eso, nunca había mediado palabra entre nosotros.
-¿Y mi padre? ¿Y Julia? ¿Y el bebé? No puedo irme.- sentenció
-No podés desperdiciar…
-¿Desperdiciar? Es otro país, nene, otro mundo, son miles de kilómetros de distancia…No puedo dejarlos solos.
-Me quedaré a cuidarlos- le dije mientras se me desgarraba el alma.
-¿Harías eso por mí?- preguntó desde su inocencia y sus ojos eran de nuevo los ojos castaños más hermosos del mundo.
-Soy tu Lucas ¿O te olvidaste?- Ella sonrió, disfrutando, al fin, de la gran noticia.
-Sos mi Lucas- Y sus palabras me sonaron dulces aunque nada en ellas me dejaba lugar a la esperanza.
-Voy a extrañar esta plaza…-murmuró al cabo de un rato, vuelta otra vez a mis brazos, mientras caminábamos a la deriva, entre los árboles.
-Pero el cielo, será el mismo… Esa luna nos verá a los dos y nosotros la veremos- le dije al fin, mientras observaba el brillo de los faroles en su cabello negro. Ella no contestó y yo besé su frente, tiernamente.
-Tenés razón, siempre estaremos aquí.
No recuerdo la despedida aquella ni sé muy bien cómo maduró el invierno y los preparativos hicieron cada vez más inminente la separación.
Un día, sin quererlo, fue cinco de julio y en medio del fin del mundo, la vi por última vez.
Hace ya casi un año de eso y aún la plaza me hace sentirla cerca, incluso en noches como esta, llenas de niebla y de frío, de sombríos árboles y bancos vacíos, en noches llenas de nada más que recuerdos la siento a mí lado. Sin embargo sé que, aunque parezca volver, ya no seré capaz de abrazarla como en aquella tarde, no ahora que veo la sombra de Rick que desde hace un tiempo se pasea por sus mails y tiñe su voz de sonrisas.