lunes, 29 de octubre de 2012

24. Plaza

  -No digás nada- me susurró al oído, guardando en el bolsillo del saco el sobre que acababa de abrir junto con la carta que le había leído en voz alta.
  -¿Decir? ¿Qué?
  -Shhhhh.
  Y se apartó de mi abrazo llevándose el dedo índice a los labios, la sonrisa fingida y la mirada turbia.

  La noticia me había conmovido de sobremanera. Fueron años de esfuerzo los que la habían llevado a ese día, a esa carta, a ese anuncio. 
   Graduarse siendo el mejor promedio de Bioquímica de ese año no había sido tarea fácil. Incluso yo, oficialmente su grupo de estudio, a penas si había podido obtener un modesto lugar entre los cuarenta mejores. De ahí mi seguridad y alegría cuando supe de la beca. 
   Pero su reacción me impidió siquiera felicitarla.

  -¿No es esto lo que querías?- le pregunté, y sonreí, intentando aliviar la tensión que ese trozo de papel había generado entre nosotros.

  Su carrera había sido todo para ella. Su éxito, la beca, era fruto del sacrificio diario, de horas de estudio y de trabajo. Había pospuesto todo para obtener ese pasaporte a un futuro mejor para su familia, en especial para su sobrino. Incluso no había querido reducir su horario de trabajo para asegurarse de que el pequeño recibiese todo cuanto necesitaba. No podía entender.

  -¿Sabés qué pasa? Quisiera que no fuese real, que en la primavera todo siga como hoy. Si me voy… Son dos años, Lucas, ¡dos años!- y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me desesperé.

  - Puedo viajar con vos, conseguir trabajo y…- le aseguré, resuelto, aunque ella no pareció oírme.
  Vaya a saber por qué creí que mi propuesta iba a agradarle, iba a tranquilizarla… hacía ya casi quince años que éramos amigos y en el último tiempo, casi sin quererlo, nos comportábamos como novios, pero sólo eso, nunca había mediado palabra entre nosotros.
  -¿Y mi padre? ¿Y Julia? ¿Y el bebé? No puedo irme.- sentenció
  -No podés desperdiciar…
  -¿Desperdiciar? Es otro país, nene, otro mundo, son miles de kilómetros de distancia…No puedo dejarlos solos.
  -Me quedaré a cuidarlos- le dije mientras se me desgarraba el alma.
  -¿Harías eso por mí?- preguntó desde su inocencia y sus ojos eran de nuevo los ojos castaños más hermosos del mundo.
  -Soy tu Lucas ¿O te olvidaste?- Ella sonrió, disfrutando, al fin, de la gran noticia.
  -Sos mi Lucas- Y sus palabras me sonaron dulces aunque nada en ellas me dejaba lugar a la esperanza.
  -Voy a extrañar esta plaza…-murmuró al cabo de un rato, vuelta otra vez a mis brazos, mientras caminábamos a la deriva, entre los árboles.
  -Pero el cielo, será el mismo… Esa luna nos verá a los dos y nosotros la veremos- le dije al fin, mientras observaba el brillo de los faroles en su cabello negro. Ella no contestó y yo besé su frente, tiernamente.
  -Tenés razón, siempre estaremos aquí.
  No recuerdo la despedida aquella ni sé muy bien cómo maduró el invierno y los preparativos hicieron cada vez más inminente la separación.
  Un día, sin quererlo, fue cinco de julio y en medio del fin del mundo, la vi por última vez.
  Hace ya casi un año de eso y aún la plaza me hace sentirla cerca, incluso en noches como esta, llenas de niebla y de frío, de sombríos árboles y bancos vacíos, en noches llenas de nada más que recuerdos la siento a mí lado. Sin embargo sé que, aunque parezca volver, ya no seré capaz de abrazarla como en aquella tarde, no ahora que veo la sombra de Rick que desde hace un tiempo se pasea por sus mails y tiñe su voz de sonrisas.
  Es por eso que tengo clavada esta certeza: Lo único que me queda de Claudia es esta plaza silenciosa y nocturna, incierta, borrosa, vacía de sueños...
                                                                           (octubre 2012)

domingo, 28 de octubre de 2012

23. Re-conoc-imiento


   Conocía la silueta de esos eucaliptos recortada en el horizonte y ese aroma fresco, mentolado, que el viento le traía.  -La próxima tranquera- se dijo, como entre sueños, mientras el ayer y el hoy se borraban y superponían en un confuso juego de máscaras.
  ¿Cuánto tiempo hacía que no veía esa silueta? ¿Meses? ¿Años? No podía precisarlo. No en ese momento, no mientras los ojos se le llenaban de lágrimas y la garganta de espinas. Y… la gran pregunta: ¿Qué hallaría al regresar sino silencios, y recuerdos, perífrasis y circunloquios: juegos absurdos, hijos de muchas lunas de rencor o enojo?

  La angustia creció. Sintió un nudo en el estómago y le faltó el aire. Logró, casi a tientas, sentarse en la ribera del camino.

  Volvió la vista hacia la arboleda, reflexionando acerca del tiempo trascurrido, de las vueltas de la vida y esas cosas, mientras su cabeza notaba ahora, y tras un esfuerzo, las diferencias.

  Porque las había.
  Se notaba el paso del tiempo en los pastos y arbustos, las huellas de la última tormenta, la cosecha aún inmadura, los árboles ya reverdecidos, un alambrado roto… Un millón de pequeñas cambios cuya extrañeza delataba su larga ausencia.
  El tramo final fue casi un sueño. Y la bienvenida se pareció a todas. Un formar parte del cotidiano hacer del campo, un sumarse al río y dejarse llevar por la corriente…
  Pero algo fue, en ese momento, evidente: no es y no sería su vida.
  Había planeado durante semanas ese regreso. Rodeos, miedos, pretextos, todo había sido superado por una especie de obligación moral, si es que así podía definírsela. No podía dejar de visitarlos, no habiendo pasado tanto tiempo desde la última vez, y sin motivo alguno, menos.
  Se había ido del pueblo hacía ya muchos años, buscando avanzar profesionalmente, descubrir nuevos horizontes, hacer crecer su negocio, conocer nuevos lugares. Y lo había logrado, pero seguía frecuentando sus amistades y su gente en un intento vano y contradictorio de permanecer. Y ahora, de frente a su pasado, sincerándose consigo mismo supo, al fin, que no formaba ni formaría parte de ese lugar-río, por más esfuerzo, por más cariño, por más intención que tuviese. Su vida ya no se cruzaría con la de ellos.
  Sorbió lentamente el último mate, suave, cálido, amargo... y agradeció. Y en ese gracias se fundieron muchos recuerdos, muchos gracias debidos, susurrados, incluso dichos, pero que merecían volver.
   Fue extraño que le alcanzara el mate con los ojos llenos de lágrimas. Quizá ella, al recibirlo, entendió, porque le habló del clima y de la próxima cosecha, como si hubiese un tema para no tratar. Alguien bromeó con el final del campeonato. Pero ya era imposible, para todos, estar así.
  Se despidió mientras el sol se recostaba en el horizonte. Se despidió con una única certeza: Esa visita sería la última.
                                                                        (octubre 2012)

22. Encuentro

¿Y qué, acaso no estamos en el mundo?
Así es; pero eso no lo sabe nadie, aparte de nosotros.”
Antonio Di Benedetto[1]
  La tarde, para ella, se deshacía en preguntas inciertas y le evocaba patéticos recuerdos de su adolescencia citadina.
  Vivía, desde hacía tres años, en una casona de altos techos de tejas y patios inmensos, con un jardín para cada hora del día. A casi diez kilómetros del pueblo, era su refugio. Suyo y de Matías, porque hay que decirlo, también para él era el único lugar de paz, aparte de sus brazos.
  Es verdad que tenía una angustia, una ansiedad, un miedo casi infantil ante la imagen del sol escondiéndose entre los árboles apenas delineados en el horizonte. Una ansiedad que se le llenaba de recuerdos y los teñía.
  Esa inclinación natural hacia la melancolía vespertina no le había impedido, sin embargo, disfrutar a su manera, de la vida y de su gente.
  Matías y ella habían sido, hasta entonces, relativamente felices. Y los recuerdos de su vida anterior se borraban tiernamente a su lado.
 Esa tarde, era, por cierto, una tardes sin nubes, con horizontes despejados, y mientras el sol caía, el recuerdo de un sueño añejo la arrebató de sus ensueños: alguien, a media luz, sonriendo bajo un enorme eucalipto.
  Esa imagen, lo sabía desde hacía años, no era un recuerdo, ni un deseo. La sensación de realidad que le dejaba, la estremecía. Creaba en ella la necesidad de búsqueda, de futuro y a la vez, de distancia.
  Aquella tarde y por primera vez, descubrió ese árbol junto a la acequia occidental y reconoció la luz que lo bañaba en su sueño. La luz de un 2 de marzo a las siete y cuarto de la tarde.
  Pero la sonrisa no estaba allí.
  Meses y años siguieron a ese verano. Su miedo al ocaso mutó en anhelo. Su familia creció, voló, volvió. Pero esa sonrisa se negó a ser presente. Hasta el recuerdo del sueño se hizo borroso aunque no menos obsesionante.
  Una tarde de marzo, entrecana y somnolienta, regresando de su siesta descubrió bajo su eucalipto una pequeña muchedumbre familiar de risas y juegos. Descubrió la luz, el árbol, la risa: Lo vio todo por primera vez y se sintió luminosa de nuevo. Sintió que su sueño había sido un abrazo, sintió "verdadera la paz, y verdadera la calma".
                                                                                        (octubre 2012)

[1] Di Benedetto, Antonio; “Caballo en el salitral”; EL CARIÑO DE LOS TONTOS; http://www.literatura.org/DiBenedetto/adbTexto2.html; 1961.

21. Lluvia II


Llueve.Y se termina el mundo.

Llueve

Y la lluvia sabe triste, absurda.
En un rincón perdido,
en un lugar remoto.
la lluvia se agradece
o se maldice.

Llueve.
Y me regresa al hoy.Viaje de siglos.
Viaje de instantes
bajo mil lluvias.
¿Sabe a mar ,


sabe a dudas 

el cielo gris?

¿Puede cambiarse 
el mañanapor esta lluvia?

Llueve.
Títere de un destino,de cientos,
caen de a mil las perlas
de agua.Indiferente observo
su vida.
Llueve
Y veo
mis lágrimas.
                              (septiembre 2012)



                                Puentes:

13. Lluvia I
46. En vos.
12. Afuera