Entre ese febrero tembloroso de 2011 y el angustiante febrero de 2012 pasaron tantas y pequeñas cosas.
Un lento volver a confiar, volver a creer.
El darme cuenta de que todo seguía ahí: todos esos pequeños gestos que lastiman y se niegan.
Darme cuenta de que la angustia de volver a verlos era mayor que la de extrañarlos.
El dolor de saber que la comunicación era cada día más imposible porque los prejuicios de doce años de amistad eran más grandes que todo.
Ceder sin querer ceder, no una si no cuántas veces.
Saber que compartir mis vacaciones con ellos era terrible, haberme jurado no hacerlo de nuevo, y hacerlo por miedo a perderlos, aferrada a excusas: la angustia no estaba todo el tiempo, no siempre me sentía sola o fuera de lugar con ellos, son buena gente, etc.
Puede entonces perdonárseme la liviandad de compartir diez días ese invierno con ellos dos. Y haberme arrepentido y llorado a causa de eso.
Pero cuarenta y cinco días en el verano fue demencial. Hasta yo lo sabía pero no pude negarme. Hasta último momento supe que era un error. Pero insistieron. por mi bien insistieron. Porque creían que me hacían un bien...
Y fue un solitario y amargo enero, un comienzo de febrero angustiante, nervioso. La atmósfera cada vez más asfixiante. Yo cada vez más sola. Más lejos. Más fuera.
Y así: tres días antes de terminar nuestras vacaciones de verano, luego de haber recorrido el litoral, playas, termas, visitado familias ajenas que casi son propias, vivido con gente entrañable... Sin previo aviso. Tomando valor de una respuesta desafortunada de esas que suele darme, decidí irme.
A las tres de la mañana lo decidí. Siete horas después estaba en mi casa.
Fue una decisión sin retorno real. Definitiva. Decidí alejarme, a pesar de mí y de mi corazón deshilachado. De mi dependencia. De lo importante que eran y siguen siendo en mi vida.
Sabiendo que no me iban a perdonar.
Tranquila, porque no iban a perdonarme.
Aunque picase el bichito de la necesidad de explicarme, de que entendieran.
Aunque les mandara mensajes intentando aclarar....
Ya no importaba. Tenía la certeza de que no quería volver.
La tenía.
Y se me está deshaciendo a lágrimas.
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