Mi tendencia a creer que sólo hay maldad en el mundo se pelea con la opuesta. Porque tampoco es real que todos sean buenos.
Muchos ciudadanos- ciudades como el antiguo Cuzco , ombligos del mundo, mirando su ombligo (¿Ciudadano, yo estoy entre ellos?) Gente que no ve y/o no le importa el otro, el que pasa a su lado. De esa clase de ciudadanos, de esa hay muchos.
Y la desesperanza se codea con la tristeza. El mundo sigue girando y al girar golpea: ¿queriendo o sin querer? Los terremotos ocurren también en nuestras ciudades así como las tormentas. Y caés.
Pero algo sucede.
En un abrir y cerrar de ojos un Quijote anaranjado, una Dulcinea aguerrida, un aprendiz de juglar, un mago misterioso o un filósofo omnipresente te extienden su mano llena de letras y te demuestran que estabas equivocada. Que hay que creer en la gente.
Y como fruto de un sortilegio te ayudan a levantarte, a la distancia, casi sin conocerte, casi sin conocerlos, sólo usando la magia antigua de la palabra.
Y te salvan.
Como amigos invisibles, pero reales.
Amigos que ahora pueblan mi ciudad.
GRACIAS.
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